martes, 14 de octubre de 2008

La parada de la bola ocho


En Vicuña Mackenna con Vespucio está Bola Ocho. Un malabarista uruguayo que se instaló hace tres años en Chile porque su novia, una chilena, quedó embarazada.

Tiene un aspecto cansado, quizás de tanto subirse al monociclo en cada luz roja o porque el sol está pegando más que fuerte o también puede ser porque no está acostumbrado a trabajar a las dos de la tarde. Se ríe harto y al hacerlo, sus ojos se achinan. Así disimula cuando se le caen las clavas en su presentación del semáforo.

Bocho está monocicleando a las dos de la tarde porque en su casa no lo dejan tocar batería. Sus vecinas le van a tocar la puerta para que deje de ‘’tocar tarrería’’. Así, aprovecha de ganarse un dinero extra.

Cuando se trata de trabajo, el Bocho mueve cielo, mar y tierra. Muchas veces, trabaja en Pub Licity, como malabrista en un show artístico que se hace en el lugar, otras, participa en compañías de teatro que ofrecen espectáculos en Valparaíso. No deja el monociclo, ni la intersección Vespucio con Vicuña.

Le gusta Chile, pero no deja su tierra natal, Uruguay. Las ciudades de allá le parecen más lindas. Fue en su país donde estudió Ingeniería de Ejecución Electrónica, sacó su título y se vino a Chile, persiguiendo a su novia.

A ella la conoció en Brasil, mientras ambos estaban de viaje. Coquetearon desde el primer momento y así nació su relación. Ahora Bocho está acá por ella y por su hijo de cuatro años. Viven los tres en un departamento en La Florida, y él trabaja para pagar el arriendo.

En el semáforo puede ganar hasta quince mil pesos diarios, pero no le dice a la gente porque sabe que no le conviene. Sumando esto con lo que gana en trabajos extras como electricista en su barrio y en cuestiones artísticas, el dinero no se le hace difícil.

Mientras tira las clavas al cielo, observa si los conductores le prestan o no atención. Cuando se ponen tacaños miran para otro lado, sacan el celular, leen el diario o se meten el dedo a la oreja. Bocho ya conoce esas actitudes.

En las tardes, cuando no está en el semáforo, pasa la tarde con su hijo tocando batería porque a éste le gustan más los tarros que las pelotas de malabarismo que le regaló. ‘’Hace poco le regalé unas pelotas pero ahí las tiene, no está ni ahí’’

Bocho se mueve constantemente de lugar, viaja mucho y aprovecha también de ir seguido a visitar a su familia, la que le brinda un apoyo incondicional en sus decisiones y por lo mismo extraña tanto.
‘’Con tal de que yo haga lo que quiera, ellos están felices’’ Por lo mismo dejó a un lado su faceta ingeniera para dedicarse al arte callejero.

Bola Ocho le dicen en su familia desde chico, porque era gordito y negrito. Ahora, lo adoptó como su nombre artístico. Es su sello personal, por eso lo tiene en una expansión en la oreja derecha y en su monociclo. Aún así bola ocho resulta muy largo. La mayoría opta por Bocho.



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